Desde mi punto de vista de biólogo interesado en el planteamiento actual de la evolución, no de historiador de la ciencia, se me impone que para enjuiciar con conocimiento de causa el punto de partida y el progreso que supone la obra de Lamarck —que vive de 1744 a 1829— hay que hacer una recapitulación, por sucinta que sea, del orden de conceptos y de problemas con que se enfrenta la ciencia de su época y, en particular, las ciencias naturales, que se ocupan de cómo se ofrece directamente la Naturaleza al hombre. Es obvio que la Naturaleza es captada por los hombres mediante sus órganos de los sentidos, modelados, en todas y cada una de las especies animales, para distinguir y actuar frente a los animales y plantas que constituyan el objeto principal de la actividad de los individuos de cada una, y para desplazarse por el entorno —estructurado por la interferencia de ámbitos de la materia en sus tres estados— que constituye el escenario, asimismo específico, de la vida de todo animal. De este modo, por la índole animal del hombre (el animal racional), se entiende que la ciencia, desde su fase empírica, diferenciara "los tres reinos de la Naturaleza", por características que le parecen inequívocas. Por una parte, los reinos animal y vegetal parecen tener en común el constar de individuos (unidades) que se reproducen a lo largo de las generaciones en hijos iguales a los padres con lo que, en uno y otro reino, se distinguen netamente especies, cuyos ejemplares se caracterizan por una configuración, un tamaño y un comportamiento específicos; individuos que existen durante un tiempo (el transcurso de su vida durante la que crecen, cambian de un modo y con un tempo asimismo específicos) y que muriendo se reducen a lo inorgánico.
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